Para decorar la mesa de mi habitación, hace cuatro años me compré un dragón de resina en una feria cutronguísima. Era rojo, con una cresta en el lomo azul y una calavera sobre la garra derecha y las alas extendidas. Lo coloqué en el escritorio, contra la pared, justo enfrente de mí y debajo del corcho colgado en la pared. Estaba muy orgulloso. Un día se me ocurrió colgar en el corcho un llavero en forma de yunque (a escala, naturalmente). Cuál fue mi suerte cuando el corcho se ladeó y el yunque cayó contra la mesa haciendo un piquete en la madera y llevándose por delante una de las alas de la figura del dragón. Me acaricié la barbilla, frucí el ceño y me cagué en voz baja en todo lo que se menea. Traté de encajársela sin pegarla pero se caía continuamente. Ese sábado se lo comenté a mi padre, el cual se fue camino del sótano y regresó con un tubo de un pegamento misterioso llamado Araldit. Extendió un poco en el borde del ala y esperamos unos minutos hasta que se secara. Cuando al tocarlo no se pegaba al dedo, le encajó la parte rota y me dijo que la sujetara así cinco minutos. Así lo hice. Al separar las manos me sorprendí de que no se caía y así ha contimuado hasta hoy.
Resulta que el pegamento se ha secado mucho y el ala se ha despegado. Pero con un remedio auténticamente español lo he solucionado: he cogido una cerilla (no tengo palillos mondadientes) y la he encajado en el interior, hueco, de la figura. He encajado el ala en el fragmento que sobresalía de la cerilla y solucionado el problema. Lo he mirado de lejos y he pensado: "No está mal. Si no te fijas mucho no se nota. Y si lo ves en penumbra, sin saber lo que le ha ocurrido..."
Pero, ¿de verdad merece la pena todo esto por una figura de resina cutre que tiene cuatro años y me costó dos euros? No lo sé.
Pero, ¿de verdad merece la pena todo esto por una figura de resina cutre que tiene cuatro años y me costó dos euros? No lo sé.